Al margen de las opiniones que me merezca Sigmund Freud, quien también tuvo sus escarceos con la hipnosis, siempre me ha gustado una cita suya que ahora reproduzco:
“Las palabras y la magia fueron, en un principio, una y la misma cosa, e incluso hoy las palabras conservan gran parte de su poder mágico. Por medio de las palabras, uno puede brindar a otro la mayor felicidad o traerle la mayor desesperación; por medio de las palabras, el maestro imparte su conocimiento al estudiante; por medio de las palabras, el orador arrastra a su audiencia y determina sus juicios y decisiones. Las palabras apelan a las emociones y constituyen, de manera universal, el medio por el que influimos en nuestros congéneres.”
Razón tenía Freud al señalar que las palabras tienen algo mágico, algo misterioso, algo poderoso que late en sus entrañas… Ésa es, precisamente, la esencia de la hipnosis: la capacidad de las palabras para influir en nuestro interlocutor. Y, precisamente por eso, porque las palabras son tan poderosas, la víspera del día de Reyes quiero regalaros una reflexión y algunos consejos sobre tres palabras “peligrosas”.