lunes, 7 de mayo de 2012

Causa y Efecto

Martín decía que tenía dificultad para concentrarse cuando estudiaba. Tenía apenas veinte años, y trabajaba en un Banco de primera línea mientras completaba su carrera de Licenciado en Administración de Empresas. Pero la dificultad para concentrarse no venía, según él, de la combinación de la carga laboral con el estudio, ni de la falta de tiempo: era su padre quien no le permitía estudiar con tranquilidad. Con frecuencia, al igual que Martín, le echamos la culpa a otras personas de lo que nos pasa. Ellos, sus actitudes y comportamientos, son la causa de nuestros problemas. De ese modo, nos convertimos en víctimas de los demás, dado que no podemos evitar que nos ocurra lo que nos ocurre siempre que ellos hacen lo que hacen. Incluso, les seguimos echando la culpa cuando están lejos de nosotros, o, incluso, cuando ya no están entre nosotros.
Si bien hay una infinidad de cosas en la vida que no podemos manejar, pues ocurren por sí solas o están en manos de otras personas, lo cierto es que hay una cosa que sí podemos manejar, y de hecho manejamos siempre: nuestra respuesta. Lo sepamos o no, lo aceptemos o no, nos hayamos dado cuenta o no, lo deseemos o no, nuestra respuesta a lo que nos ocurre (o, mejor dicho, a lo que ocurre), es decisión nuestra por completo.


Nuestra mente elige la respuesta, en forma conciente o inconsciente.
Las respuestas inconscientes se establecen, según estudios científicos, en forma de anclajes, de reflejos condicionados, y por genética. Hemos aprendido o heredado respuestas inconscientes, automáticas por así decirlo, a determinados estímulos. En PNL existen técnicas para cambiar las respuestas automáticas que se establecieron como anclajes y reflejos condicionados.
El caso de Martín es un ejemplo interesante de cómo nos representamos estas relaciones de causa y efecto entre estímulos y respuestas, y de cómo nos volvemos sus esclavos.
Martín decía que él llegaba a la casa antes que el resto de su familia, y se iba a su cuarto a estudiar. Unos veinte minutos después, llegaba su padre, y al poco tiempo iba al cuarto de Martín para verificar si él estaba estudiando. Esto le molestaba mucho a Martín, los dos discutían, y luego Martín no lograba recuperar la concentración.

La falta de confianza del padre en Martín, y el deseo de controlar todo lo que él hacía, eran dos de los motivos importantes por los que Martín se ofuscaba tanto. Él no podía controlar su respuesta: era su padre quien la causaba.
Visto desde un punto de vista neutral, uno puede preguntarse por qué Martín no se iba a vivir por su cuenta. Con ello se eliminan las interrupciones (a menos que a los veinte minutos el padre lo llamase por teléfono, y quienes tenemos padres sabemos que los padres a veces hacen ese tipo de cosas). Pero acusar a Martín de cómodo, de seguir en la casa de sus padres cuando podría vivir solo, no resolvía el problema.
Le dije a Martín que el problema entonces tenía una solución sencilla. Terminar nuestra conversación, llamar al padre, y pedirle que deje de ir al cuarto de su hijo, “porque ello le molesta y le impide concentrarse para estudiar”. Le expliqué a Martín que yo sabía de antemano la respuesta de su padre: me iba a decir que él iba al cuarto de Martín porque se lo pedía la mamá de Martín. El papá se iba a quejar de que, cuando él llegaba del trabajo, la esposa, en lugar de dejarlo en paz, lo mandaba a verificar que el niño estudie. No me iba a quedar otra alternativa, entonces, que terminar la conversación con el padre y hablar con la madre.
Pero eso, le dije a Martín, quizás tampoco resolviese el problema, porque me parecía que la madre me iba a decir que ella mandaba a su esposo al cuarto de Martín porque llegaba enojada de su trabajo porque al no haber estudiado una carrera de joven y poder tener una profesión, debía soportar un jefe abusivo en un empleo administrativo muy aburrido. Allí iba a tener que hablar con los abuelos de Martín para resolver el problema.
Martín sonrió, me interrumpió, y me dijo: “a menos que el hilo se corte por lo más delgado, ¿no es así?”. Martín era un joven inteligente: si uno cambia su respuesta, la interminable cadena de causas y efectos se rompe.
Una técnica llamada La Ráfaga (en inglés The Swish Pattern) nos permitió cambiar la respuesta automática de Martín. Logramos que le diese exactamente lo mismo lo que su padre hacía.
Un par de semanas después, Martín me contó qué había pasado luego de usar la técnica. La primera vez que el padre entró y a él le dio lo mismo, y no hubo pelea, el padre se quedó unos instantes, como esperando que la pelea empiece con retraso. Al ver que nada pasaba, se fue en silencio. Al rato, el padre volvió, abrió la puerta del cuarto, y se quedó mirando, como si no lo creyese del todo. Unos minutos más tarde, el padre volvió por tercera vez, con un libro bajo el brazo, pidió permiso, y se sentó en el piso a leer.
Lo que había pasado es fácil de imaginar, aunque luego me lo confirmó el padre. Cuando no hubo pelea, la esposa no le creyó que él había ido a verificar si el joven estudiaba, y lo volvió a mandar al cuarto de Martín. Cuando la madre se los pidió por tercera vez, porque no terminaba de creerle, el padre decidió que el único lugar donde lo iban a dejar leer en paz era al lado de su hijo.
Cuando la madre abrió la puerta y los vio a los dos leyendo, se marchó y decidió que era hora de dedicarse a otra cosa también. El estudio dejó de representarse como algo problemático y Martín aprobó sus exámenes con toda normalidad. Parece increíble cómo un pequeño cambio desencadena otras causas y efectos.
El patrón verbal de la causa y efecto
En el habla cotidiana, el patrón de causa y efecto se expresa de las siguientes formas:
A causa B
  • Mi padre no me deja estudiar.
    (¿Qué es lo que hace? + ¿Alguna vez lo hizo y vos pudiste estudiar sin problemas?)
  • Mi jefe me intimida.
    (¿Qué es lo que hace? + ¿Alguna vez lo hizo y vos no te intimidaste?)
  • Los gatos me dan miedo. / Le tengo miedo a los gatos.
    (¿Qué es lo que te da miedo de los gatos? + ¿Algún gato no te da miedo?)
A porque B
  • No puedo concentrarme porque mi novia me dejó
    (¿Alguna vez desde entonces pudiste concentrarte?)
  • Me enojé porque llegaron tarde.
    (¿Alguna vez llegaron tarde y no te enojaste? / ¿Qué podemos hacer la próxima vez?)
  • El nene llora porque tiene sueño.
    (¿Cómo lo sabes? / ¿Alguna vez tuvo sueño y no lloró? / ¿Alguna vez lloró y no fue porque tenía sueño?)
Si X, entonces Y
  • Si no nos llaman es porque no les interesa.
    (¿Cómo sabes que si no les interesa no nos van a llamar? / ¿Alguna vez no llamaron por algún otro motivo?)
  • Si llegamos tarde vamos a quedar mal.
    (¿Cómo lo sabes? / ¿Qué podemos hacer para llegar tarde y no quedar mal?)
  • Si suena el teléfono me enojo.
    (¿Alguna vez sonó y no te enojaste? / ¿Cómo te gustaría sentirte cuando suene el teléfono?)
Siempre que pasa X, pasa Y
  • Siempre que llama tu prima es para pedir algo.
    (¿Siempre, siempre, siempre? / ¿Alguna vez llamó por otro motivo?)
  • Siempre que llueve nos peleamos.
    (¿Siempre, siempre, siempre? / ¿Alguna vez llovió y no se pelearon? / ¿Qué te gustaría que pase la próxima vez?)
  • Siempre que pierde Peñarol me pongo de mal humor.
    (Siempre, siempre, siempre? / ¿Alguna vez perdió y te dio lo mismo? / ¿Qué te gustaría que pase la próxima vez?)
Técnicas
- Para instalar respuestas automáticas deseables o adecuadas a un contexto
Utilice los procedimientos de anclaje.

- Para eliminar respuestas automáticas no deseadas o inadecuadas
Utilice La Ráfaga (Swish Pattern) para respuestas leves; para respuestas automáticas más fuertes puede utilizar la cura de fobias, o el “Cambio de Historia”.




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